12 de marzo de 2008
Hicimos una larga excursión por la isla.
Los isleños viven por una parte escondida de la isla, lejos del centro turístico, y lejos de los hoteles lujosos. Ahí me puedo dar cuenta de lo precario de sus vidas. Casitas de pescadores, muy humildes, de madera. Herencias de abuelos y bisabuelos, porque la propiedad está muy controlada.
A cada parada de nuestro autobús un hombre está ahí para pedir colaboración. Me estoy enterando de lo difícil que es vivir en la isla, y convivir con la realidad de los turistas. Muchos encuentran trabajos en los numerosos tours, pero siempre otros no logran a hacer el paso, o simplemente escogen vivir en la bohemia.
En las playas siempre está el personaje pintoresco del lugar que busca una compensación, un hombre distrayendo turistas.
Tengo la sensación que algún día como en todas partes del mundo la bohemia podría desaparecer del todo y dejar lugar a la delincuencia organizada. Las generaciones posteriores que no encuentran tampoco su modo de inserción, van a elegir un modo rápido de ganarse la vida y sin mística también la posibilidad de morir rápido por balas.
Algunos de estos personajes se volvieron ermitaños, se exiliaron de la realidad del razonamiento común, hacen parte desde entonces del paisaje exótico, y de las calles turísticas. Los turistas hablan mejor con ellos que hasta los mismos lugareños, quienes les consideran como locos.